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Soy un voluntario anónimo del Centro de Asistencia al Suicida




Soy un voluntario anónimo del Centro de Asistencia al Suicida, pero eso no me hace una persona diferente. Además de ser voluntario soy padre, abuelo, esposo, suegro, amigo, empleado, compañero de trabajo y mucho más. Podría decirse que ser voluntario es uno más de los roles que asumo en mi vida, pero, por la manera en que el voluntariado transformó mi vida, definitivamente, no es un rol más.


Me acerqué al Centro de Asistencia al Suicida, como todos mis compañeros, con ganas de ayudar, aunque debo confesar que, en mi caso, no fue solo eso. No creo ser una persona más generosa que el promedio. Cuando me acerqué al Centro de Asistencia al Suicida, además, me sentía intrigado. Ya había tenido algunos contactos con personas con pensamientos suicidas. Después descubrí que todos los tenemos. El pensamiento suicida es mucho más frecuente de lo que solemos imaginar. Pero yo quería saber por qué. ¿Cómo una persona puede albergar pensamientos, sentimientos e impulsos tan reñidos con el natural instinto de supervivencia? Desde mi pequeña vida, con problemas y conflictos pero medianamente ordenada, no lo podía entender. Me acerque al Centro de Asistencia al Suicida también para aprender; y aprendí, mucho más de lo que hubiera imaginado.


Aprendí de mis entrenadores, de mi padrino y de mis compañeros; pero de quienes más aprendí fue de los consultantes. A todos ellos les estoy enormemente agradecido.


En el curso de entrenamiento para aspirantes, una entrenadora me dijo que uno se acerca al Centro de Asistencia al Suicida para dar pero finalmente es mucho más lo que recibe. No lo entendí en ese momento. Luego descubrí que la única manera de entender esa frase es asumir el rol de voluntario y comenzar a dar, con amor y compromiso. En algún momento se produce el cambio, y uno ya no es ese voluntario que viene desde otro lugar a ofrecer su ayuda; uno pasa a ser parte del sufrimiento humano. Y “ser parte” es el milagro que nos transforma.


Aprendí de los consultantes que ellos no son diferentes a mí, que están buscando, como todos, mayor sentido para sus vidas. Que el instinto de supervivencia no alcanza, que los humanos necesitamos una razón y un propósito para vivir. Y yo, que tenía una vida medianamente ordenada, descubrí que mi vida podía tener mayor significado y sentido desde el compromiso y la comunión con el otro.


Ser voluntario ya no es un rol más en mi vida, es el modelo que trato de imprimirle a todos mis otros roles. Siendo padre y abuelo intento compenetrarme con el milagro de la vida; siendo esposo o amigo busco participar del prodigio del amor; en mi trabajo procuro imaginarme a esa familia que al final del día pone un plato sobre la mesa sin pensar que miles de personas trabajaron para que esa escena maravillosa sea posible y me enorgullece saber que soy parte.

Desde el voluntariado descubrí que todo se trata de dar, porque dar nos permite sentir que “somos parte”; y ese sentimiento es el que llena de sentido nuestras vidas.


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