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Conectarnos con nuestros propósitos como factor de prevención del suicidio


Es común que se piense en el suicidio o en la ideación suicida como una anormalidad, algo que solo le puede suceder a unos pocos desafortunados signados por una enfermedad mental o por desgracias personales terribles, pero en realidad, los pensamientos autodestructivos e incluso la ideación suicida son mucho más frecuentes de lo que parecen; y a juzgar por las estadísticas, en constante crecimiento.

Sebastián Palermo, psiquiatra, escritor y conferencista internacional especializado en Psicología Cognitiva, en su libro Como vivir sin aburrirse, nos advierte que el fantasma del suicidio puede alcanzar también a “los que lo tienen todo”, y para ilustrarlo cita a una larga lista de personajes famosos que en la cúspide de su carrera se suicidaron.

Qué sucede en estos casos y qué le pasa a tanta gente corriente que boicotea sus proyectos o tira por la borda logros y oportunidades en sus trabajos, en sus carreras o en sus relaciones, es la temática de su libro.

“Un propósito es el origen de todo”, nos dice. Sin un propósito no hay deseo, sin deseo no hay motivación y sin motivación todas nuestras actividades nos llevan al aburrimiento, al hastío; en definitiva, a una vida sin sentido que podría conducir a la ideación suicida.

Sebastián nos habla del estado de aburrimiento, no del aburrimiento circunstancial que hasta es útil porque nos moviliza para utilizar mejor nuestro tiempo, sino del estado de aburrimiento que se define como el estar desconectados de nuestros propósitos. El aburrimiento así entendido no es una emoción, sino un estado mental, es decir, un sustrato inconsciente donde se generan nuestras emociones, y que no se resuelve con más diversión ni con el consumo de sustancias adictivas. Estas vías de escape solo mitigarán temporariamente el sentimiento de hastío o pérdida de sentido que produce el aburrimiento y solo podrán agravar el estado.

El autor no se opone a la sana diversión cuando está enmarcada en un propósito mayor, pero nos advierte de los peligros de confiar en ella como solución a nuestros problemas, por eso nos propone replantear cada faceta de nuestras vidas: qué es lo que estamos haciendo y, sobre todo, por qué lo hacemos.

El trabajo, por ejemplo, muchas personas dicen que lo hacen por el dinero, y esto es válido, porque ciertamente todos lo necesitamos para financiar otras actividades, pero si es el único propósito de nuestro trabajo estaremos vendiendo nuestro tiempo. Al principio esto puede entusiasmarnos, pero pronto ese tiempo que vendimos, y que ya no es nuestro, se transformará en una parte vacía de nuestras vidas y solo estaremos esperando día tras día a que termine nuestro horario laboral. Si en cambio tomamos consciencia de la importancia y el valor social de lo que hacemos (ya sea barrer una calle o gobernar un país), volveremos a ser los dueños de esta parte creativa y productiva de nuestra vida, daremos a nuestro trabajo un propósito digno y trascendente.

Las personas hoy cambian de carrera, de trabajo y hasta de pareja con más facilidad que nunca antes, y esto se relaciona con nuestro estado de aburrimiento. Nos ponemos en pareja porque nos enamoramos, y en nombre de ese amor nos creemos capaces de afrontar cualquier dificultad, pero cuando surgen los primeros conflictos nos preguntamos si la relación vale la pena. Nos aburrimos fácilmente, lo cual no ocurriría si pudiéramos permanecer conectados con nuestro propósito original que fue seguramente el de vivir la experiencia de dar amor a un ser humano real con todo el aprendizaje que este desafío implica.

¿Qué estamos dispuestos a sacrificar por nuestros propósitos? Vivimos en una sociedad en que la palabra sacrificio está mal vista, pero no se puede perseguir un propósito sin sacrificio. Seguir una carrera implica esfuerzo, construir una familia implica tolerancia y trabajar para el otro implica una actitud de servicio. Sacrificar significa hacer que algo sea sagrado, no en el sentido religioso, sino en el sentido de la importancia que nosotros le concedemos en nuestras vidas. Nuestro sacrificio es la medida de la nuestra conexión con nuestros propósitos. Las actitudes evasivas y la diversión inmediata no implican ningún sacrificio, por eso conducen al vacío interior.

Sebastián nos invita a conectarnos con nuestros propósitos más nobles y a no tenerle miedo a la rutina. Entendiendo como tal aquellas actividades que aprendemos a hacer casi sin pensarlo para proporcionarnos una plataforma segura desde la que podamos encarar nuevos desafíos. La idea entonces no es descartar continuamente la rutina, sino superarla y resignificarla con nuevas metas.

Si prestamos atención, si nos conectamos con nuestros propósitos profundos, si estamos dispuestos a sacrificar algo por ellos, podremos acceder a una mejor calidad de vida y, sobre todo, mantenernos lejos del aburrimiento, el hastío, la desesperanza, el sinsentido y el suicidio. Para vivir una vida apasionada y apasionante, una vida que merezca ser vivida.

Si cree necesario que reflexionemos juntos sobre estas u otras cuestiones relativas a nuestros propósitos o el sentido de la vida, no dude en llamar en forma gratuita, anónima y confidencial a nuestra línea de prevención del suicidio.

 

Las opiniones vertidas en estas notas no necesariamente reflejan posturas oficiales del Centro de Asistencia al Suicida y se publican bajo exclusiva responsabilidad de sus autores.


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