Los humanos somos seres sociales y, como tales, los actos de cada persona afectan de algún modo el comportamiento del conjunto; algunas veces más, otras menos. Un acto suicida, además de ser en sí mismo una tragedia, siempre afecta la vida de la comunidad, aun cuando ocurra en el ámbito privado y por pudor o por prejuicio se lo quiera ocultar. En ocasiones, un suicidio parece buscar repercusión pública con la aparente intención de generar un cambio en la familia, la comunidad o la sociedad toda.
En nuestro país, son casos paradigmáticos el del político Leonardo N. Alem que se suicidó en la vía pública dejando un mensaje que insta a sus seguidores a “consumar” la obra por él iniciada, y más recientemente el del doctor René Favaloro que deja una carta quejándose de la falta de apoyo público para su fundación. Y hace pocos días, en Brasil, un industrial disconforme con las tarifas del gas que consideraba confiscatorias se suicidó frente a varios funcionarios oficiales en un acto público.
Cabe resaltar que no nos referimos aquí a las causas íntimas y profundas de estos suicidios que, como en el resto de los casos son insondables, sino al mensaje público o político que parecieran querer dejar y a los efectos reales de dichos mensajes.
Este tipo de fantasías sobre supuestos efectos positivos de la propia muerte son comunes también en personas con ideación suicida sin tanta exposición pública: algunos pretenden que en sus trabajos se reconozcan sus méritos, que sus hijos cambien de actitud, que su ex se arrepienta de sus actos, etc.
Como dijimos antes, los actos de las personas, siempre tienen algún efecto sobre la familia o la comunidad, pero no siempre el efecto que sus autores esperan. Los cambios con que los suicidas sueñan quedan, casi siempre, en el terreno de la fantasía. En general son posibles, pero solo desde acciones concretas en vida. A Alem y a Favaloro se los recuerda por los cambios que impulsaron durante sus vidas, y no por las dudosas consecuencias de sus muertes. El empresario Sadi Gitz que se suicidó en Brasil, seguramente hubiera podido impulsar mejor los cambios que pretendía desde su vida que desde su tumba.
La muerte es el final de todas las posibilidades; aun en el improbable caso de que las fantasías de un suicida se hagan realidad después de su muerte, él no estará para disfrutar su dudoso triunfo. Sin duda, un suicidio siempre tiene repercusiones públicas o políticas, pero nada bueno surge de la muerte; únicamente dolor, desolación e incertidumbre. Un mundo mejor solo puede construirse con nuestras acciones en vida.
Las opiniones vertidas en estas notas no necesariamente reflejan posturas oficiales del Centro de Asistencia al Suicida y se publican bajo exclusiva responsabilidad de sus autores.