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Breve Historia de la Asistencia en la Prevención del Suicidio

Del confesionario a la inteligencia artificial


Las prácticas en relación a la asistencia en la prevención del suicidio han ido evolucionando en los últimos doscientos años para incorporar nuevos conocimientos, aprovechar las innovaciones tecnológicas y adaptarse a los cambios sociales. Sin embargo, y aunque la representación social del suicidio también cambió, algunas cuestiones se mantienen permanentes: El diálogo, la escucha, la contención y el acompañamiento en la reflexión sobre alternativas de vida siempre fueron las herramientas más eficaces; y el silencio la principal barrera a superar. El problema básico siempre fue el mismo: ¿Cómo llegar a las personas que padecen problemas emocionales o pensamientos suicidas si el medio social las condena y las aleja calificándolas como débiles, inestables, poco fiables y, a veces, hasta moralmente responsables de lo que les pasa. Debemos dar batalla para vencer estas representaciones culturales; mientras tanto, la principal respuesta fue y sigue siendo el compromiso de confidencialidad.

En tiempos en que no existían otros recursos, las personas con problemas emocionales buscaban la escucha, orientación y contención emocional en un sacerdote y se sentían protegidos de la divulgación de sus cuestiones íntimas por el secreto de confesión. El psicólogo moderno agregó una alternativa laica y científicamente fundamentada a esta antiquísima práctica. No obstante, el estigma social que pesa sobre los problemas emocionales y específicamente sobre aquellos que generan pensamientos suicidas es tan fuerte que muchos aún deciden transitarlos en soledad sin buscar guía espiritual o ayuda profesional.

Después de la segunda guerra mundial las crisis emocionales, muchas veces con pensamientos suicidas, se multiplicaron. Quedó claro que los medios disponibles no eran suficientes. Surgió entonces una idea y un recurso tecnológico que combinados representaron un gran avance en la prevención del suicidio. La idea fue la psiquiatría comunitaria que consistía en incorporar voluntarios no profesionales para que, formados y dirigidos por profesionales, acercaran los recursos de prevención necesarios a sus propias comunidades; y el recurso tecnológico fue el teléfono que ya en esa época comenzaba a hacerse masivo en la población. Así surgieron en varios países los centros de asistencia al suicida: asociaciones civiles de voluntarios que administran líneas de asistencia (suicide hotlines), como nuestra Línea de Asistencia al Suicida.


Estos dispositivos multiplican la acción profesional, están disponibles en el momento y lugar en que surge la crisis y, en muchos casos, sirven como nexo para que el consultante inicie su propio proceso terapéutico. Además, a la confidencialidad, que también practican los guías espirituales y los profesionales de la salud mental, se le suma el anonimato que puede brindar un llamado telefónico permitiendo que muchas más personas se animen a buscar ayuda.

La aparición y repentina popularidad de las redes sociales planteo un nuevo desafío y también aportó un nuevo recurso. La posibilidad de enviar mensajes anónimos hace que, con frecuencia, circule contenido negativo que muchas veces puede inducir pensamientos suicidas o reforzarlos. Sin embargo, los recursos tecnológicos pueden lograr que lo que se presentó como un gran problema sea parte de la solución.

La inteligencia artificial permite analizar en forma anónima gran cantidad de información y las redes sociales la producen. Así se pueden rastrear no solo palabras sino también formas verbales complejas que delatan la intencionalidad del mensaje. Desde el 2007 Facebook y otras redes sociales utilizan estas tecnologías para bloquear mensajes malintencionados o para acercar ayuda a las personas con pensamientos suicidas. Es necesario perfeccionarlas y adecuar las respuestas de los sistemas para que realmente las redes sociales dejen de representar un peligro y se sumen a las herramientas tecnológicas útiles en la prevención del suicidio, pero los primeros pasos ya están dados y continuamente se trabaja en las mejoras.

Como ejemplo de estas iniciativas, el proyecto STOP (Suicide prevenTion in sOcial Platforms), liderado por la ingeniera informática Ana Freire busca rastrear a nivel de algoritmo (es decir en forma anónima) problemas emocionales en la población y acercar los medios de ayuda que se estime adecuados para cada segmento o incluso para cada usuario de la red. Ver informe en 20 minutos.

A quienes trabajamos en prevención del suicidio puede parecernos antinatural que se usen algoritmos para una actividad que siempre se caracterizó por la necesidad de contacto humano, pero no debemos olvidar que el algoritmo, como lo fue y lo sigue siendo el teléfono, son solo medios tecnológicos cuyo objetivo es lograr el encuentro entre quienes necesitan asistencia y quienes la ofrecen. Si los sistemas de rastreo logran llevar recursos adecuados a quienes necesitan asistencia contactándolos con servicios de salud o con instituciones que brindan asistencia inmediata, como la nuestra, para que de ese modo accedan a la ayuda que necesitan, habrán cumplido su objetivo. Pero el núcleo de la asistencia a personas en la prevención del suicidio seguirá siendo, como lo era hace doscientos años, ese trabajo artesanal en que la escucha contenedora y sin juicios logra tocar algo en el corazón del que sufre para devolverle la esperanza y las ganas de vivir.

Si usted siente que necesita ese tipo de asistencia no dude en llamar a nuestra Línea de Asistencia al Suicida.

 

Las opiniones vertidas en estas notas no necesariamente reflejan posturas oficiales del Centro de Asistencia al Suicida y se publican bajo exclusiva responsabilidad de sus autores.


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